Pérez del Castillo. Portada Columna Opinión

Escribe: Gonzalo Pérez del Castillo. Consultor Internacional, presidente del Consejo Uruguayo para las Relaciones Internacionales (CURI) y secretario de Relaciones Internacionales del Partido Independiente.

Me ha llamado mucho la atención un artículo del prestigioso Josep Piqué, editor de POLÍTICA EXTERIOR  de España,  en el que afirma, entre otras cosas,  que debemos perder el miedo a derrotar a Rusia en Ucrania, que a Rusia le ha ido todo mal en esta guerra y  que las sanciones económicas de Occidente le han hecho mella. Agrega, al pasar,   que los países de África, Asia y América Latina que no han condenado ni impuesto sanciones a Rusia deben aprender que “la libertad no se negocia”.

Antes de entrar en mis discrepancias con el Sr Piqué, es necesario aclarar que no tengo por el longevo dictador ruso Vladimir Putin ni la más mínima simpatía. Al invadir Ucrania, Putin ha atropellado lo más fundamental de la Carta de la ONU, el derecho internacional y la totalidad de las reglas de convivencia pacífica y civil. Lamentablemente no es la primera superpotencia que en base a argumentos falsos, invaden, destruyen y masacran países más débiles. Establecido que Putin  no es el primero, debemos procurar  que sea el último.

El miedo de derrotar a Rusia radica en que Putin, a diferencia de Hussein, Gadafi, Milosevic  o los talibanes dispone de bombas nucleares y se le puede ocurrir la idea de vender cara su derrota. Seguramente el autócrata Putin tiene su propia interpretación  de  que “la libertad no se negocia” y se ha convencido  que los ucranianos pro rusos  del Donbass no tenían tal libertad bajo el régimen pro occidental ucraniano. El hecho que hasta el día de hoy, y a pesar de todos los acontecimientos adversos, Putin siga teniendo un 80% de apoyo popular en su país debería no solo preocupar sino también hacer pensar que esa derrota rusa, a la que no debemos tener miedo, puede resultar costosa. La prensa occidental no nos ha informado jamás de cuanto apoyo tuvo la invasión rusa por parte de los ucranianos rusos del Donbass.

En segundo lugar no es a Rusia a la que “le ha ido todo mal” en esta guerra. A quienes le ha ido mal es a los 150 000 ciudadanos que, de cada lado, han perdido la vida, a los 8 millones de refugiados y 5 millones de desplazados y a todos los habitantes de las ciudades destrozadas por la invasión. El PIB de Ucrania ha retrocedido un 35% a pesar de la cuantiosa ayuda económica y militar que ha recibido.

Tampoco le ha ido bien a las sanciones económicas impuestas por Occidente a Rusia.  Las sanciones  han golpeado al mundo entero, aumentado el costo de vida,  dificultado los flujos de alimentos y energía, revitalizado las grandes compañías productoras de combustibles fósiles, incluso a través del fracking, y asegurado un brillante porvenir a las poderosas industrias de armamentos.  El costo ambiental de estas novedades a futuro no se ha aún calculado pero ciertamente no da para alegrarse.

En lo que le asiste razón a Piqué es que los países del Sur pobre no nos hemos subido alegremente  al carro de la lucha por la libertad y contra el autoritarismo. No nos  compramos, esta vez, el cuento de los buenos contra los malos. Será que algo hemos aprendido de estas cruzadas morales que terminan con países débiles invadidos por países poderosos siempre en nombre del combate a un enemigo mayor. Enemigo omnipresente que encarna el Mal, llámese  este autoritarismo, imperialismo, comunismo chino o  fundamentalismo islámico. Lo que los países del Sur queremos es que estas guerras terminen de una vez y para siempre, que se retorne a las negociaciones y la resolución pacífica de los conflictos y se vuelvan a respetar las organizaciones internacionales donde tenemos una voz. Débil por cierto, pero una voz al fin. La credibilidad de la  ONU ha sido otra de las grandes víctimas de esta guerra.

Por último quisiera agregar otro inmolado más que nadie menciona. Los principales medios de comunicación occidentales han tenido un desempeño absolutamente flechado y poco confiable en esta guerra de Ucrania. Han perdido toda pretensión de ser valorados como periodismo profesional. Algunas redes sociales emergen como “objetivas y serias” comparadas con estas prestigiosas  cadenas  internacionales de noticias. Hemos sido hemipléjicamente expuestos a las miserias y el sufrimiento de la guerra, a los cadáveres destrozados, a los terribles testimonios  de los heridos y sus familias, a las conmovedoras historias de  los refugiados ¿Acaso los atropellos que se siguen cometiendo  a lo largo y ancho del Sur contra los seres humanos y sus familias no causan el mismo dolor ni merecen igual denuncia?

Queda un último freno que tal vez modere el entusiasmo del Tercer Mundo por abrazar la lucha a favor del Bien y contra del Mal ¿Tendremos derecho a sospechar  que este feroz gasto en armamentos mortíferos novedosos que estamos presenciando no es el preludio de una nueva guerra por venerables principios, en algún continente del Sur donde los muertos y sus familias no son tan valiosos y pueden ser cómodamente escondidos en una estadística?

Hay que negociar un fin a esta guerra demencial ¡ya! No sigamos buscando vencidos y vencedores. La humanidad entera perdió. Procuremos que sea la última vez.