Escribe: Martín Giorello Zorrilla *
En febrero, el jueves 9, se cumplieron 50 años del acto que convirtió a mi abuelo, Juan José Zorrilla, en héroe¹. En su acto conjugó cuatro características muy difíciles de hallar en una misma persona en la historia nacional: visión para saber qué era lo correcto en el momento crítico que le tocó vivir, estar en un lugar apropiado para hacerlo, desinterés en obtener beneficio propio y valentía como para jugarse la vida y la de su familia. Fue el único que las conjugó en ese entonces.
Este 9 de febrero participé de varios actos en homenaje a mi abuelo y/o en memoria a esos hechos. En todos, con diferentes énfasis, se destacó que fue de los pocos -junto a Vasconcellos, Sapelli, Quijano y otros pocos protagonistas, todos hoy con reconocimientos discretos- que vio que el camino democrático no eran los militares, ni echar al presidente para buscar posibles beneficios propios o partidarios -todas opciones de líderes hoy reivindicados por todo el espectro político, con rutas nacionales a su nombre o calles importantes-.
En ese momento histórico, mi abuelo ocupaba desde hacía menos de un año el puesto de Comandante en Jefe de la Armada Nacional. Es decir, lideraba una de las tres Fuerzas militares de Uruguay. Quizá por no ser un amplio estudioso del tema, o quizá porque no sucedió, desconozco si en los golpes de Estado de esa época en la región hubo una fuerza militar que se pusiera en pie de guerra frente a las demás fuerzas impulsoras del golpe. Pero, en cualquier caso, es claro que estaba en un lugar apropiado para tomar cartas en el asunto.
La Historia nos ha mostrado que a menudo las personas aún sabiendo cuál es la opción correcta y estando en el lugar apropiado, eligen la opción más beneficiosa para ellas. En tal sentido, cabe imaginar qué puestos de poder, qué ingresos económicos y qué estatus (al menos en el corto y mediano plazo) habría obtenido Zorrilla de haber acompañado el golpe o, al menos, de haber hecho “vista gorda” frente a la gravedad de los hechos.
Sin embargo, no optó por el camino más fácil, ni el más provechoso. Optó por el más desfavorable y, sin duda, el más peligroso. El 9 de junio lo encontró en el Comando General de la Armada implementando una estrategia para trasladar al presidente a la ciudad Vieja y protegerlo (donde se movían los hilos del país y la zona más fácilmente defendible para la Armada). A sus dos hijos mayores -navales ambos- los encontró preparando a nivel operativo la defensa ante posibles acciones belicosas de las otras Fuerzas (más potentes en cantidad de efectivos y en armamento), mientras que a sus dos hijos menores y a su esposa los encontró del otro lado del cerco, con el teléfono cortado por los militares.
El final de esos días se conoce. El presidente salta al abismo, rechazando la mano tendida de la Armada; esa mano surgida a último momento, que no en todas las situaciones críticas aparece. Bordaberry le pide a Zorrilla que retire el cerco, rechaza la protección y pacta con los militares un gobierno que esperaba poder liderar, subestimando la gravedad de acontecimientos previos e ignorando las voces que sugerían otros caminos.
A diferencia de las películas, en la vida real, si los héroes actúan solos -si los otros que también tienen cartas en el asunto actúan en otro sentido-, el acto heroico se diluye.
Con el tiempo, muchos políticos de primer nivel que habían actuado en contra de los militares huyeron del país; mi abuelo se quedó en su país con su familia, aunque desde antes y después de febrero (primero por la guerrilla, luego por los militares), pasaron situaciones de mucho miedo, amenazas, etc.
Cuando su Rivera natal lo reconoció como Ciudadano Ilustre en 2009, destacó que era el primer reconocimiento que recibía de esa magnitud. Cada vez que reflexiono, considero que al mirar la historia reciente como país estamos venerando a grandes políticos, que no son héroes y ni siquiera dieron la talla cuando se midieron ante la Historia, como sí lo hicieron algunos como los aquí nombrados.
Como nieto y ahijado de Zorrilla, se me hincha el pecho de orgullo al pensar en su figura, pero también como ciudadano me siento orgulloso de las actitudes que tomaron Vasconcellos, Quijano, o Sapelli, por ejemplo. Para las personas que tenemos vocación de servicio, vocación de cambio, vocación de irnos de esta vida dejando un mundo mucho mejor para las nuevas generaciones, este tipo de modelos nos acompañan siempre en todos los órdenes de la vida: imprimen una huella en nuestra personalidad. Es que donde sea que nos desempeñemos, las decisiones que tomemos siempre pueden perjudicarnos, pese a ser las acertadas. Sin embargo, el sólo pensar en la historia de aquel febrero me hace rápidamente tener las ideas claras: cuando lo importante está en juego, algunos riesgos son insignificantes.
Febrero de 1973 expuso claramente quiénes eran héroes -aunque no fueran los líderes de mayor relevancia- y quiénes eran grandes actores políticos que, por acción u omisión, ayudaron a que caiga la democracia. Ojalá el Estado uruguayo reconozca apropiadamente a unos y a otros, así las nuevas generaciones puedan reconocer clara y oportunamente cuáles son los valores democráticos y cuánta valentía puede requerir defenderlos.
- ¹Según la RAE (22ª edición): “Hombre que realiza hechos o gestas de valentía, virtud o capacidad sobresaliente para enfrentar el peligro o la adversidad en bien de otros”.
- Este artículo fue publicado el 11 de febrero de 2023.