Escribe: José Rilla. Profesor e historiador.
Se afirma entre casi todos los partidos de la coalición gobernante la convicción de seguir compareciendo como tal ante la ciudadanía en las próximas elecciones. A su vez, muchos portavoces de la otra coalición, el partido FA, quieren transmitir la idea de que la Coalición Republicana no es fruto de otra cosa que el espanto, una precaria unión destinada a evitar el triunfo del Frente Amplio o su vuelta al gobierno.
Ciertamente hay precedentes para afirmar eso, pues entre los objetivos de la reforma electoral promovida a mediados de los 90 estaba claramente ese: un eje colorado-blanco (con pulsión al rosado) que podía frenar, si no el avance electoral, al menos la conquista inmediata del gobierno por el FA. Aquella fantasía obstruccionista duró lo que un lirio, con la mala suerte, además, de haber conformado el gobierno que debió enfrentar la gran crisis en 2002.
Estamos en ese mundo bipolar desde entonces, cavando la fosa. Hay una versión amable de esto, ofrecida como virtuosa y uruguaya, y que tiene a Sanguinetti y Mujica como portadores baqueanos. Con las familias ideológicas han venido a disolver identidades y a proclamar una hora cero de nuestra política. Pero esto, tan festejado incluso por buenos motivos, conduce a lo mismo que las versiones más radicales y empobrecedoras. Por ejemplo, puede leerse en el matutino cagancho (¿quién recuerda esto?), una semana y otra, la continua celebración de la guerra política, del “ellos o nosotros”, del “no sea nabo, esto es la política”. Para ponerlo en términos históricos del pasado siglo, una vuelta a la Unión Sagrada, a Carl Schmidt, a la condena por traición de todo aquel que duda, tiende un matiz, o protesta contra la radicalización bipolar. Veremos; así le va de mal a Estados Unidos, a Turquía, a Argentina.
Entre tanto bailaremos en esta pista.
Se equivocaron quienes auguraban (y deseaban) poca vida a la Coalición Republicana; ya está probado que, sin perjuicio del espanto que también tiene el FA por su adversario, bastante más que eso la sostiene y la perfila: unas tradiciones ideológicas, políticas y culturales que confluyen, con dificultad y sin conclusión; unas prácticas de gobierno concreto, en el Estado y la administración, que van forjando un oficio; un programa mínimo de acción de gobierno, que fue superando escollos hasta alcanzar concreciones obviamente un poco distantes de la versión original. Puede concluirse que sobran los incentivos para reeditar la experiencia y hacerla madurar.
Cuanto antes esto se vuelva evidente para todos (y Cabildo Abierto es un obstáculo para ese camino porque ha sido un actor extraño, mentiroso y desleal) habrá de reconfigurarse el escenario de polarización que nos acompañará, por lo menos, hasta las próximas elecciones. Antes de deslizarnos otra vez por esa pendiente conviene abrir los ojos para reconocer peligros y anticipar correcciones al rumbo.
A pesar de la bien ganada fama en una región copada por el desastre de la democracia, en Uruguay estamos perdiendo aceleradamente la calidad del debate público, el genuino intercambio de argumentos, la disposición a ser convencidos por el otro. No creo que “la gente sea mala”. Algo hay en nuestro sistema de gobierno, en nuestra forma de armarlo, que selecciona a los peores jugadores, los más guerreros, intransigentes, vociferantes, irresponsables. Somos así, todos, más proclives a la sobreactuación y a la impostura, nos fascina indignarnos y levantar el dedo con afán moralizador.
Como ante la pandemia 2020-2023, esta crisis del agua 2022-2023 deja ver, si queremos verlo, un encuadramiento perverso de nuestra vida en común: “no me importa lo que digas, viniendo de ti no puede si no estar equivocado (en la mejor versión), o ser inmoral, criminal, etcétera”. Si llegamos a este extremo que atribuye al otro la peor intención, quedamos justificados para expulsarlo de la comunidad política. La peor intención, por ejemplo: la historieta de “las muertes evitables” en la que subyacía una acusación criminal, o la del envenenamiento de la población con agua salada, rebosante de infantilismo.
Se equivoca, me parece, quien crea que esta fibra sectaria alimenta solamente a las elites que se masajean en las redes sociodigitales. El flujo es circular, va y viene adentro de la sociedad, se potencia con su uso y es muy difícil remar contra esa corriente. Es el mejor ambiente para la mentira.
Entre todos los desafíos por venir, hay que prepararse para un combate que nos permita saltar la fosa.