Javier Lasida. Portada Columna Opinión

Escribe: Javier Lasida. Presidente del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEED).

La transformación educativa avanza. Este gobierno primero logró que la pandemia tuviera mínimos efectos, comparado con la devastación educativa o los graves daños que causó en muchos otros países. En esas condiciones era imposible enfrentar los graves problemas estructurales de nuestra educación. Recién el 2023, el cuarto año del período, las clases funcionaron sin las interferencias y distorsiones del COVID y ahí se empezó a implementar la transformación educativa, apretada en dos años. No se podía encarar todo a la vez, necesariamente algunos componentes quedaron en segundo lugar. Uno de ellos fue la reforma de la Educación Media Superior, lo que ahora serán el 10º, 11º y 12º grados (los anteriores 4º, 5º y 6º, de secundaria y educación técnica). Es un transformación que podrá empezarse en esta administración, pensándose con perspectiva hacia la siguiente.

Tuve el privilegio de representar al Partido Independiente en una consulta realizada por la ANEP a los partidos políticos (se están haciendo otras con otros actores) sobre el Bachillerato, hace pocas semanas. La ANEP en este capítulo también está abriendo la discusión, como lo hizo antes con el cambio curricular general. Y en lo que nos concierne, también es bueno el intercambio del PI, puertas adentro y afuera. Queriendo contribuir a esa reflexión, planteo algunas ideas a continuación.

¿En Bachillerato podremos dar un paso más decidido en superar el asignaturismo y la fragmentación curricular que los dados hasta ahora? Los avances en estos dos años, en el currículo general por competencias (incluidas las progresiones de aprendizaje) y los programas hasta 9º grado han sido efectivos y cautos, cuidando un equilibro tan difícil como imprescindible. En la próxima etapa, en bachillerato ¿podremos ser un poco más audaces?

Ser más audaces supone no pensar las materias y programas desde lo que se está dando hoy, sino prioritariamente desde lo que necesitan los estudiantes. Hay tres referentes principales para definirlo.

El primero son los propios adolescentes y jóvenes. Repetidamente, en varias encuestas, más de la mitad dice que no sigue estudiando porque no les interesa. Ojo, no los subestimemos apelando a que debe ser más divertido. Lo que exigen es relevancia. No es un requerimiento fácil. Para empezar no deberíamos continuar con una educación media con tiempos marginales o inexistentes para la orientación educativa y laboral. A lo largo de la educación media se le deberían ofrecer información y espacios para pensar e intercambiar sobre las decisiones que deben ir tomando: seguir estudiando o no, qué estudiar, cuándo y en qué comenzar a trabajar, entre otras que progresivamente sean principalmente los propios adolescentes quienes las formulen. Otra área desvalorizada curricularmente es la educación sexual, enfocada también a los intereses y prioridades de los jóvenes. Tenemos que reconocer el desafío y la falta de práctica del sistema educativo en hacerles estas preguntas y que les suenen creíbles, especialmente en temas que entre los estudiantes, entre sus familias y entre los propios docentes, hay posiciones y valores diferentes y contrapuestos.

Junto con los jóvenes hay dos otros dos interlocutores principales para definir el currículo del Bachillerato.

Uno son las son las universidades. Pensando especialmente en la UDELAR, la pregunta en concreto es qué requieren los estudiantes para estar preparados para superar el primer año, que en buena parte de las carreras es una barrera infranqueable para un número altísimo de estudiantes.

Y el otro interlocutor son los actores del trabajo, para fortalecer e incrementar la educación técnica, como pasa en las sociedades más prósperas y equitativas. Contra lo planteado desde posiciones sindicales y frentistas estos días, los datos muestran en la historia de los jóvenes que la educación y el trabajo no son vías excluyentes, especialmente considerando a aquellos que dejaron la educación formal. Uruguay, entre otras varias peculiaridades educativas, es uno de los países en los que más lejos está la educación del mundo del trabajo. Sin embargo hoy el trabajo es un ámbito insustituible de aprendizaje, que los mejores sistemas educativos aprovechan a través de diversos mecanismos.

Como en todo el debate educativo, en este tema también la disyuntiva es si la educación se mira a si misma y hacia atrás, o si se enfoca en los estudiantes (los que están y los que se fueron) y hacia el futuro cercano y lejano.