Escribe: José Rilla. Profesor e historiador.
Me adelanto a confesar que no tengo un solo dato en serie que me respalde en esta afirmación y que apenas dispongo de vivencias y testimonios acumulados con atención y preocupación: ya no conversamos de política, salvo en lugares protegidos. Lo hacemos, y con alguna pereza, entre amigos que pensamos parecido, en la familia cuando estamos seguros de no generar un conflicto incontrolable, en las redes sociodigitales donde nos escondemos, vociferamos y nos empinamos como jueces y opinantes de todo. La calidad de los diálogos y discusiones es muy pobre y previsible, no agrega contenidos ni cambia mayormente nuestras ideas acerca de cómo son o deberían ser las cosas. Las tribus que nos reúnen pueden tener vida intensa, pero las señales de humo a las demás son débiles y se disuelven en seguida.
No tengo datos, pero tengo hipótesis, que es una forma de comenzar a buscar los datos. Primero el mundo más o menos cercano: la política, el oficio de la política y la conversación acerca de lo político ha venido perdiendo terreno desde hace varias décadas. Unos declinan por decepción, otros por hartazgo; unos porque se fugan hacia “sus asuntos particulares” y desenganchan de la cosa pública, otros porque creen, sinceramente, que la politica es una esfera ajena o que sólo por azar tiene alguna relación con su destino. Estos y otros fenómenos similares significan retrocesos de la fibra republicana que habrán de perforar la débil contextura de las democracias contemporáneas. (Agrego, al pasar, que es notorio el abuso de la expresión república y sus derivados, como fáciles sinónimos de la democracia, lo que confunde más los tantos).
Uruguay vive como muchos países estas fragmentaciones del espacio en el que se desenvuelve la vida en común, la diversidad recirpocamente aceptada como base para tomar las decisiones que a todos nos conciernan. Aunque no honra -desde hace tiempo- la tradición pluralista con la que nació, la democracia uruguaya reconocida internacionalmente como sólida todavía tiene vueltas pendientes, lecciones para dar y también mucho para aprender.
La polarización avanza y el mecanismo de formación del gobierno a partir de la voluntad popular está hecho aquí para que siga avanzando, atropellando todo y quitándole sentido a los diálogos e intercambios entre diferentes. Entonces, si prevalece la dimensión competitiva de la política, si solo se trata de “juntar fuerza” para imponerse al otro, o de ser responsable del conjunto sólo en caso de ganar, ¿para qué conversar?
Este nuestro pequeño y valeroso partido está metido en uno de los boques políticos en los que se organiza la opinión ciudadana. Vive cómodo allí dando lo mejor de sí, gobernando y aprendiendo; nadie, “del otro lado”, cree que su concurso o su experiencia sean valiosos para alguna tarea, al contrario. Menos aun para un intercambio público de razones. De todos modos, este partido -de gobierno, de coalición, de centroizquierda- tiene una responsabilidad pesada que necesita multiplicar socios y saltar fronteras, la de recuperar la conversación para la política. ¿Quién si no?